viernes, 20 de abril de 2007

El Silencio

Beatriz Mir



Quizá porque el universo es un silencio desgarrante que se hace eco en su corazón, el hombre vive como en un tránsito que nunca llega a comprender del todo, en una búsqueda desesperada que lo empuja a abrir todas las puertas, a atravesar todos los umbrales. Al cabo no encuentra nada, excepto ese otro enorme e intransferible misterio ante el cual su espíritu se ahueca para albergarlo, convirtiéndose en el seno gestatorio en el que crece y se nutre lo sagrado.
Arte es lo que los ojos, los oídos, las manos y la voz del hombre hacen con esa sacralidad que nos pone frente al silencio más impenetrable, inexpresable y sobrecogedor: el silencio de Dios.
Ese silencio de la desolación ante lo indecible, lo inexpresable, deambula por la escritura, se entrelaza con las letras como las ramas de un árbol tendidas hacia el cielo en busca de la luz, clamando por la voz que no encuentra su sonido. La imposibilidad de significar el misterio origina la necesidad de Dios y su búsqueda por caminos que bordean ese enorme agujero, la última puerta y la primera, el origen y el destino y la persistencia de la ausencia de palabras para nombrarlo.

Borges y El Dante se encaminan hacia un sótano o hacia el fondo de la tierra. Van a buscar un punto en el universo que es el universo, un acontecer total y sin secuencias: la batalla de Lepanto y la fibra óptica, Moisés y la decodificación del mapa genético, la primera partícula viviente y el satélite captando y enviando información. Todo, absolutamente todo, las acciones y las cosas, el verbo y el sustantivo, la palabra y el silencio. Allí Beatriz aguarda. Buscan una puerta, es la puerta de la piedra y la piedra les dice que no entrarán, que Wislawa ya lo ha intentado, que sólo pueden visitar su superficie, toda vuelta hacia ellos. Borges y Dante no la escuchan, de la mano de Beatriz y con la complicidad de Wislawa, acceden al atajo que los conduce al interior y, al hacerlo, dejan entreabierta una ínfima fisura para que nosotros, azorados y atónitos, nos asomemos a la eternidad.

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