Ya no te nombra la sangre desvelada
ni se consume en fuego sagrado
el hambre que ciega e ilumina.
En lento silencio y con andar de sombra,
huiste por la puerta abierta de la tarde.
Todo lo que tuve y tendré
se fue contigo. A veces me arrepiento,
sólo a veces.
En el gesto del adios
la mano espanta la distancia
y cierra los paréntesis que abrieron
los caminos.
Partir rotundamente,
sin conjugar la acción,
sin alas y sin velas para afrontar el viaje.
La soledad es un desierto que se abre por delante;
dibujo, torpemente, la rosa de los vientos
y entre sus coordenadas sustento a duras penas
las palabras que elijo como único equipaje.
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