Después ya no hubo sitio donde dejar
el azar y las campanas.
Las páginas se pusieron a vociferar historias
que se volvieron gastadas y amarillas,
el relato avaricioso de la nada tejió
un vínculo permanente con la vieja bolsa del pasado.
En la línea cordial de la esperanza
se aposentaron piedras y musgos con olor a ausencia.
Sólo este cristal me resta ahora para mirar el viaje
pero sus ojos no tienen párpados ni lágrimas.
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